jueves, 1 de diciembre de 2011

(:

Ella era rara, él era raro, y de dos personas raras que se topan por casualidad en este
 ir y venir de gente sólo se puede esperar que acaben siendo el uno para el otro, aunque
ellos, como buenos raros que son, no se den cuenta de nada de esto y se dejen escapar el
uno al otro. Ella era de esas personas que si necesitaban ayuda iban a buscar exacta y únicamente a una persona a la que pedírsela, una y no más, era de las que no querían grandes pretensiones, de las que no hablaban de sus cosas con cualquiera, de las que les cuesta confiar pero de las que una vez te ganas esa confianza nunca más la pierdes, por mucho daño que le hagas , era rara. Él era un extremo medio opuesto, era de los que nunca jamás en la vida te iban a pedir ayuda, nunca te hablaría de sus sentimientos abiertamente, ni cerradamente, nunca, nunca y nunca te dajaría ver  por propia voluntad lo hecho polvo que estaba, todo esto derivaba de la infinita cantidad  de golpes que la vida le había dado. A ella le desquiciaba mucho esa situación, sentía que le daba todo y él no le daba nada, pero por alguna extraña razón, por una extraña atracción, no podía ni quería dejar de confiar  en él. Tanto confío que llegó el punto en que parecía que él la conocía mejor que ella misma.
 Lo curioso es que la que confíó fue ella, pero ella era la que, en realidad, le conocía a él
mejor que él a sí mismo.  Y por eso mismo, ella sabía que él la necesitaba tanto o más que respirar, ella era su oxígeno, su vida. Él era su paz con el mundo, su tranquilidad, su belleza del momento. Sobraban las palabras, aunque ella se empeñaba en usarlas y eso a él le gustaba, le volvía loco. Nunca lo decía, pero lo demostraba,  demostraba que la necesitaba en su vida para todo, en todo momento, de alguna extraña manera lo demostraba aunque nunca lo decía. Y como  nunca lo decía él la perdió. Y es que ella era rara y no quería hechos sino palabras.

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